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Mostrando entradas de marzo, 2016

Ser iglesia en el siglo XXI

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Ser iglesia en el siglo XXI Por Ángel I. Gálvez Nadie puede negar que las características de la iglesia del siglo XV no son las mismas que la iglesia del siglo XXI. Desde la forma de la liturgia hasta la preparación de los mensajes, todo es diferente. Si vamos un poco más hacia atrás, y miramos la iglesia primitiva, nos damos cuenta que esta era muy diferente a la iglesia de hoy. La iglesia primitiva no tenía templos como los que tenemos hoy, no tenía grupos de adoración -la adoración era comunitaria- no disponía de bautisterios,  o de una escuela dominical organizada, etc. Todos estos elementos, muy propios de la iglesia en la actualidad, se han ido agregando a lo largo de la historia como una manera de renovación de la iglesia y como un medio de ser más eficaz en su labor misional. Todos estos elementos, además,  evidencian que la iglesia siempre ha caminado al lado de la cultura que le rodea. No podemos pensar que, como cristianos, estamos desligados de la cultura. Es por

Imposiciones inmorales

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James Brewster, embajador norteamericano en República Dominicana, junto con el movimiento de LGBT, tienen la intención de imponer una agenda inmoral que promueva el homosexualismo y el lesbianismo. Está claro que la función de Brewster no es la de ser embajador en nuestro país, sino la de ser un activista que procura legalizar y legitimar la inmoralidad sexual. El Estado dominicano, por ende, no puede permitir que una persona imponga dichas creencias e ideologías. Esto se puede verificar, o evidenciar, a través de tres noticias que han circulado por los medios de comunicación en esta semana. La primera consiste en la inauguración de la Cámara de Comercio LGBT. Esta institución, de carácter comercial, se inauguró sorpresivamente. Al parecer ésta se fue elaborando secretamente, y salió a la luz de la noche a la mañana. La sorpresa mayor es que ha sido aprobada por las instancias gubernamentales y legales. Si los dominicanos poseen ya una Cámara de Comercio, ¿Por qué hay que c