Ser iglesia en el siglo XXI


Ser iglesia en el siglo XXI

Por Ángel I. Gálvez

Nadie puede negar que las características de la iglesia del siglo XV no son las mismas que la iglesia del siglo XXI. Desde la forma de la liturgia hasta la preparación de los mensajes, todo es diferente. Si vamos un poco más hacia atrás, y miramos la iglesia primitiva, nos damos cuenta que esta era muy diferente a la iglesia de hoy. La iglesia primitiva no tenía templos como los que tenemos hoy, no tenía grupos de adoración -la adoración era comunitaria- no disponía de bautisterios,  o de una escuela dominical organizada, etc. Todos estos elementos, muy propios de la iglesia en la actualidad, se han ido agregando a lo largo de la historia como una manera de renovación de la iglesia y como un medio de ser más eficaz en su labor misional. Todos estos elementos, además,  evidencian que la iglesia siempre ha caminado al lado de la cultura que le rodea. No podemos pensar que, como cristianos, estamos desligados de la cultura. Es por tal razón, que la iglesia de hoy, culturalmente hablando, en cuanto a la manera de celebrar la adoración a Dios, en cuanto al énfasis en su teología y, en cuanto a la manera de conectarse con la gente, tiene, necesariamente, que ser diferente.

No podemos ser una iglesia que cumpla con los propósitos de Dios si nuestro formato de culto es como el de la iglesia del siglo XV. Si algo han entendido las iglesias pentecostales es eso: la iglesia tiene que cambiar si quiere conectar.

Uno de los problemas de algunas iglesias es permanecer bajo un mismo sistema o formato durante mucho tiempo. Estas iglesias no tratan ni se interesan en conocer su cultura, ni mucho menos, de implementar cambios que ayuden a la expansión del evangelio.  Claro está, tenemos que cuidar de no caer en prácticas que no estén fundamentadas en la Biblia. Debemos evitar el pragmatismo y el marketing como medio de crecimiento de la iglesia. El crecimiento es obra de Dios, y Él sólo quiere instrumentos santos y comprometidos con Él. En Éxodo 33: 15 encontramos a Moisés reclamando la presencia de Dios: Y Moisés respondió: Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí.” Moisés era uno de los judíos mejor formado de su tiempo. Había sido instruido como un príncipe por los mejores maestros de Egipto. Era fuerte, físicamente hablando, y un estratega, pero esto no iba a valer de nada si Dios no estaba con Él. Lo mismo se puede decir de Josué. Josué era un gran siervo de Dios, alguien preparado militarmente, un gran conquistador, pero, a pesar de eso, éste y sus hombres no pudieron vencer a Hai. La razón: había pecado en medio del campamento y, por ende, no estaba allí el poder de Dios.

Es necesario entender, entonces, que cualquier recurso o estrategia que  se pueda utilizar o implementar en la iglesia, va a ser de utilidad para el crecimiento de ésta cuando cumpla con estos dos criterios: 1) Que no sea un sustituto del trabajo que le corresponde a Dios, y 2) Que su implementación no sea una forma adornada del pecado.

Tomando en cuenta estos dos criterios, se puede entender que ser iglesia en el siglo XXI es ser la misma iglesia de Cristo en esencia, pero diferente en aspectos formales y culturales. Ser iglesia en el siglo XXI significa tener nuevas formas de como conectar con la gente, de ser audaces al encontrar los medios y recursos más eficaces para que la gente sea expuesta al evangelio y sea salva.

Ser iglesia en el siglo XXI, además, tiene que ver con la experiencia y el propósito de la adoración en los cultos de la iglesia. La experiencia vivida en la iglesia debe ser:

       Una experiencia refrescante. El culto debe expresar que hay ríos de agua viva.
 Una experiencia motivadora. El culto debe ayudar a que la gente pueda creer que hay esperanza en Cristo para cualquier situación o problema.

  Una experiencia retadora. Las vidas de la personas debe ser retadas a abandonar el pecado, a vivir en santidad, y a depender más de Dios.

  Una experiencia transformadora. Participar del culto debe cambiar la vida de los que están allí. Tenemos que experimentar la manifestación de Dios en el culto, tenemos que oír su voz, y tenemos que anhelar fervorosamente el ser semejante a Cristo.


En conclusión, sería muy importante que nos detuviéramos a reflexionar sobre cómo ser iglesia en el siglo XXI sin dejar de ser bíblicos. Esto podría ayudar a que la iglesia sea más relevante para la gente, y a que la iglesia esté mejor equipada para cumplir con su misión.


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