La Nueva Universidad: La aspiración a un nuevo enfoque
La Nueva Universidad: La aspiración a un nuevo enfoque
Por Ángel I. Gálvez
Una palabra importante que se
ventila con bastante frecuencia y normalidad en diferentes aspectos y visiones
de la vida es la palabra cambio. Dicha
palabra conlleva en su lógica interna la noción de transformación, renovación y
movimiento. Vincular, pues, esta definición al contexto universitario nos lleva
a postular la necesidad de una nueva universidad.
La nueva universidad debe
distinguirse de la vieja universidad, ya que esta última se caracteriza, entre
otras cosas, por:
- Utilizar como metodología de enseñanza el modelo pedagógico tradicional basado en el docente como centro del proceso de enseñanza-aprendizaje.
- Preparar egresados poco emprendedores.
- Multiplicar profesionales apáticos al interés social y al desarrollo nacional.
- No mantener vigentes y actualizados los programas de las diversas carreras profesionales así como falta de pertinencia de estas para la mitigación de las múltiples necesidades sociales.
- No inspirar el compromiso de un verdadero liderazgo en las nuevas generaciones.
- Ser poco investigativa.
La nueva universidad, por otro
lado, debe caracterizarse, sobre todo, por ser un modelo que tenga como fin la
felicidad y el desarrollo sostenible de la nación. No podemos seguir formando profesionales
que solo servirán de instrumentos de los sectores burgueses para aumentar y
ampliar las riquezas de estos últimos. No podemos seguir formando profesionales
cuyo medio de subsistencia, y sus requerimientos, les impidan adquirir y
perfeccionar las competencias adecuadas en sus respectivas áreas laborales. No podemos
seguir formando profesionales con una mentalidad poco ética frente a sus
iguales. Que les dé lo mismo su bienestar como su explotación. Hay que evaluar
el sistema de valores de la sociedad actual y luchar en consecuencia para
vencer los males y los obstáculos que aparecen en el camino.
La nueva universidad debe cambiar
de un enfoque económicamente utilitarista a uno económicamente más humano y
social. Uno interesado en el hombre, en sus sueños y esperanzas, en la forma de
reducir sus penas y miserias.
La nueva universidad debe construir,
en el futuro profesional, un hombre y una mujer que sea menos hedonista y narcisista,
menos individualista y más social, que vea en la cooperación y el trabajo en equipo
la solución de los males que lo agobian a él como individuo y a los demás como
colectivo social. Es por tal razón que en las universidades se necesitan de líderes
comprometidos y visionarios que estén orientados por la calidad tanto de sus
esfuerzos personales como de sus trabajos directivos.
El liderazgo universitario debe,
por ende, promover la calidad tanto de los procesos educativos como de los
resultados. Debe crear confianza en los futuros profesionales demostrando que
el trabajo honesto, la perseverancia, la competencia y la innovación, son
actitudes suficientes para una satisfactoria movilidad social. Hay que “cargar
de buenos propósitos, positivismo y esperanza el ámbito universitario”, como señala
Francisco Cruz Pascual.
La nueva universidad debe, además,
cambiar su discurso. El uso del lenguaje está muy relacionado con el
comportamiento de los seres humanos. Es por eso que el empleo del lenguaje como
acto discursivo de carácter inspirador puede marcar la diferencia. En la medida
que todos los docentes universitarios, directores de escuelas y departamentos,
vicerrectores y decanos, cambien sus ideas, sus pensamientos y la manera de
utilizar el lenguaje, en esa misma medida tendremos una nueva generación menos
pesimista, menos tímida, más creativa y más humana.
Un discurso demagógico, pesimista y
desmotivador, no debe respirarse en el entorno universitario. Hay que sembrar
la idea en la mente de los futuros egresados que sí podemos tener un país mejor,
que sí podemos avanzar, y que no estamos destinados a seguir siendo los mismos.
La nueva universidad necesita
insuflar en los nuevos profesionales una nueva mentalidad. Profesionales que en
vez de quejarse por los problemas, lo resuelvan; que aspiren a desarrollarse
cada día más sin menospreciarse, pensando, erróneamente, que los profesionales
de otros países son más capaces y competentes que ellos; que hagan su trabajo
con calidad y esfuerzo sin desanimarse por la poca calidad y falta de
compromiso que exhiben otros en las mismas posiciones o en el ambiente laboral
de manera general.
En fin, debe ser un anhelo de todos
que la universidad del siglo XXI sea más dinámica, más innovadora, más creativa,
más humanista y científica; que motive a sus egresados a ser hombres y mujeres más
humanos, que luchan por el desarrollo nacional de su pais y por el merecido
bienestar familiar.
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