El crecimiento y resplandor del cristianismo en medio de la persecución


Por Ángel I. Gálvez

El cristianismo como religión se ha caracterizado por sufrir persecución. Y esto desde sus orígenes hasta nuestros días. En las Escrituras encontramos que la persecución iba a ser parte del estilo de vida del cristiano. Jesús dijo en Mateo 5:11 “Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan...”. De igual manera el apóstol Pablo asegura que los seguidores de Jesús que vivieran una vida piadosa serian objeto de persecución. En 2 Timoteo 3:12 dice:Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución”. En el relato de los Hechos, Lucas también registra la persecución de los cristianos de Jerusalén. En Hechos 8:1 dice: “Y Saulo consentía en su muerte. En aquel día hubo una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén; y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles.” En Hechos 11:19 dice:  “Ahora bien, los que habían sido esparcidos a causa de la persecución que hubo con motivo de Esteban, pasaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, no hablando a nadie la palabra, sino sólo a los judíos.”

Los textos anteriores nos muestran que las persecuciones iban a ser parte de la identidad del cristiano. Solo tenemos que analizar  la historia del cristianismo, sobre todo, el periodo de la iglesia perseguida, para darnos cuenta cómo se hacen realidad tanto las palabras de Jesús como las del apóstol Pablo, fundamentalmente, en los cuatro primeros siglos de la Iglesia siendo Roma la principal ejecutora de dicha realidad.

I- Razones de las persecuciones
Cabe preguntarse cuáles fueron las razones por la cual el imperio romano persiguió la iglesia cristiana. Quizás la razón fundamental fuera, como señala César Vidal, que el cristiano era diferente.
Lo que justifica la eliminación física de los cristianos es, ni más ni menos, que creen de manera diferente, que contemplan la existencia de manera diferente, que viven de manera diferente. No ilegal o perversamente. Solo diferente. (Vidal, p. 58, 2014)[1]

Hay que entender que el cristianismo no gozaba de aprecio y aceptación entre los romanos, no porque los cristianos fuesen personas viles, molestas o antisociales, sino porque la cosmovisión de la fe cristiana era totalmente opuesta a la de la sociedad romana.

Los cristianos eran considerados enemigos directos del imperio y esta convicción tuvo como resultado el que continuara la persecución, aunque su intensidad variara según los distintos gobernantes.

Se decía que ellos odiaban al mundo entero debido a lo secreto de sus actividades, a su cohesión y a su aislamiento de gran parte de la vida social, a causa de la contaminación de esta con la idolatría. (Green, p. 55. 1997)[2]

El historiador cristiano Alfonso Ropero en su libro Mártires y Perseguidores señala algunas razones por la cual los cristianos fueron perseguidos. Aquí destacamos cuatro de estas:

Hostilidad Popular
La mayoría de los actos violentos padecidos por las comunidades cristianas obedecen a la hostilidad del pueblo. Los cristianos parecían demasiado exclusivistas en sus formas y costumbres. Se parecían mucho a lo que hoy se llama “secta peligrosa”. Rechazaban el culto de los dioses dela nación, se abstenían de los juegos y fiestas populares en honor de los dioses tutelares dela ciudad o del oficio de cada gremio. Condenaban la práctica del aborto y recogían a los niños abandonados. Se reunían a escondidas y estaban estrechamente ligados por lazos de hermandad religiosa. Para el pueblo no había duda que tramaban algo malo y que nada bueno hacían en sus celebraciones. (Ropero, p. 68, 2010)[3] 

Contradicciones del aparato legislativo
Afortunadamente para los cristianos, algunos emperadores que le suceden no tienen a los cristianos por peligrosos ni criminales, pues prohíben a los magistrados buscarles y perseguirles de oficio. No creen, por lo que se ve, en las acusaciones de que generalizadamente eran objeto. Por eso les otorgan una semi protección jurídica, procurando defender el orden público y rechazando como una afrenta las acusaciones anónimas sin prueba. Aun con todo, ordenan ajusticiar a aquellos cristianos que, acusados ante los tribunales, no abjuren de su fe. Consideran, por tanto, la perseverancia en el cristianismo como un hecho punible —independientemente de la realidad o falsedad de los crímenes imputados—; lo que parece obedecer a un estado de opinión que negaba a los cristianos el derecho a la existencia. (Ropero, p. 71, 2010)[4]

Intereses particulares
Unidos, o como parte de prejuicios que afectaban al pueblo, y más tarde a los políticos, los motivos personales rencor y antipatía, de interés privado y profesional, jugaron un importante papel en las persecuciones a todos los niveles. Los factores económicos siempre estuvieron presentes. En medio de la satisfactoria prosperidad del siglo II, por ejemplo, el gobierno desaprueba la violencia contra los cristianos, pero cuando llegamos a la crisis del siglo IV, Valeriano desencadenó un ataque movido por la necesidad de procurarse dinero. De hecho, el ostracismo social y económico fue la forma de persecución más difundida y prolongada contra los cristianos. (Ropero, p. 76, 2010)[5]

Por causa del nombre
Ningún delito —flagitia en los términos de la época— podía imputarse a los cristianos, excepto llamarse tales. En los procesos contra ellos no se ve a ningún magistrado romano sustanciando ninguna clase de delitos, al contrario, “los vemos preocupándose exclusivamente de dilucidar la pertenencia o no del acusado a la secta cristiana y, una vez confirmada esta adscripción al nomen, pronunciando indefectiblemente la pena capital, es decir, considerando aquella pertenencia al delito de lesa majestad en grado máximo” (Ropero, p. 78, 2010)[6]

II- Fortaleza del cristianismo frente a las persecuciones
Es evidente que el cristianismo se fortaleció y resplandeció en medio de las persecuciones de la que fue objeto hasta la conversión de Constantino y el subsiguiente Edicto de Milán. Y frente a toda probabilidad, el cristianismo en vez de ser diezmado, fue multiplicado. En parte porque las persecuciones no eran continuas y sistemáticas, y en parte porque los seguidores de Jesús estaban resueltos a difundir su fe por todo el Imperio. Aunque es probable que no todos los cristianos mostraran tanta firmeza y valentía cuando eran perseguidos, sí estamos plenamente convencidos que estos no fueron la mayoría. El cristiano en su generalidad se mantuvo firme frente a las persecuciones. Las razones para mostrar tal actitud pudieran ser las siguientes:

  • El conocimiento a priori de parte de los discípulos de Jesús de que vendrían las persecuciones. Ningún creyente podría sorprenderse. Las persecuciones eran una realidad profetizada.
  • El entendimiento profundo del sacrificio de Cristo en la cruz y el deseo de parte de los discípulos de Cristo de identificarse con su Señor por medio del martirio. Pablo mismo estaba resuelto a eso. En Hechos 21:13 dice: Entonces Pablo respondió: ¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy DISPUESTO no sólo a ser atado, más aun a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús.
  • La convicción de saber que el evangelio es la verdad. Verdad que se caracteriza por ser una verdad liberadora. En el mismo imperio romano esto se iba a evidenciar por ejemplo en la dignidad que el cristianismo le confería a la mujer pero que el imperio le negaba.
  • La esperanza de la resurrección. Los cristianos estaban plenamente convencidos de que un día resucitaría para estar con Cristo en los cielos.

Todo lo anterior pudiera resumirse con lo expresado por John MacArthur en su libro  Esclavo:
Seguir a Jesús era la suma de toda su existencia. Para estos creyentes fieles, el nombre “cristiano” era mucho más que una mera designación religiosa. Esto definía todo acerca de ellos, incluyendo como se veían a sí mismos y al mundo a su alrededor. El sello enfatiza su amor el Mesías crucificado justo a su disposición a seguirle sin importar el costo. Esto hablaba de la transformación total que Dios  había producido en sus corazones y daba fe de la realidad de que en Él se habían renovado completamente. Ellos habían muerto a su antiguo modo de vida, habiendo nacido nuevamente en la familia de Dios. Cristiano no era simplemente un título sino una forma completamente nueva de pensamiento, una que tenía serias implicaciones por como vivían, y finalmente como morían.[7] (MacArthur, p. 9, 2011)

A esto MacArthur cita una historia que ilustra perfectamente que para estos creyentes seguir a Jesús era la suma de toda su existencia.

Tal fue la actitud de Ignacio, un pastor de Antioquia y discípulo del apóstol Juan. Al ser condenado a muerte en Roma (cerca del año 110 d. C), Ignacio escribió: “No es que quiera simplemente que me llamen cristiano sino realmente serlo. Sí, si pruebo ser uno (siendo fiel hasta el final), entonces puedo tener el nombre… Ven fuego, cruz, batalla con bestias, dislocadura de huesos, mutilación de extremidades, trituración d todo mi cuerpo, torturas crueles del diablo, ¡solo déjame llegar a Jesucristo!”.[8]

Algunos eruditos e historiadores de la iglesia consideran que Flavio Valerio Constantino oficializó el cristianismo y lo popularizó, creemos firmemente que la conversión de Constantino en el 312 d. C., fue un efecto del avance y el crecimiento del cristianismo en el imperio romano. Cesar Vidal explica que:

“Constantino no estaba ocasionando el triunfo del cristianismo sobre el paganismo; se rendía solo- inteligentemente- ante la evidencia. Para entonces, como se desprende d recientes estudios, cerca de la mistad de la población del imperio romano podía ya considerarse cristiana. Se trataba de una victoria espiritual sin paralelos antes y después en la Historia de la Humanidad.” (Vidal, p. 79, 2010).[9]

Dicho triunfo, crecimiento y esplendor, debe ser objeto de un análisis profundo para explicar cómo una religión, ferozmente perseguida, y a la vez rechazada y despreciada por una sociedad, haya crecido tanto y haya ganado tantos seguidores.

III- La cantidad de las persecuciones y las características de estas
Se pueden señalar por lo menos diez persecuciones desde el emperador Nerón hasta Diocleciano. Es muy probable que fueran más, sin embargo, estas diez son las que, tradicionalmente, han sido documentadas.

Los historiadores antiguos fijaron en diez el número de persecuciones sufridas bajo el Imperio romano. No es una cifra exacta sino retórica. Fue Pablo Orosio, historiador español al servicio de Agustín, el primero en hablar de las diez persecuciones de la Iglesia, utilizando para ello el número simbólico de las diez plagas de Egipto. Se trata de un cómputo subjetivo arbitrario.
Es difícil, pues, concretar el número de persecuciones, ni hablar tampoco, al menos en los dos primeros siglos, de cuáles fueron los tiempos de persecución y cuáles los de paz. (Ropero, p.229, 2010)[10]

En el año 64, bajo el emperador Nerón tuvo lugar la primera persecución contra los cristianos. Es durante el reinado de Nerón que se les acusa a los cristianos de haber incendiado Roma.

En el año 112, bajo el emperador Trajano tiene lugar la segunda persecución. Se celebraban juicios contra los cristianos en Bitinia. La razón de la persecución, cuyo único delito consistía en que los cristianos se reunían los domingos para adorar a Cristo.

Bajo el reinado de Marco Aurelio (161-180 d. C.). Este fue un acérrimo perseguidor de los cristianos. Se oponía a los cristianos como innovadores. Muchos miles de creyentes en Cristo eran decapitados o devorados por las bestias feroces en la arena.

Bajo el emperador Séptimo Severo (202-211 d. C.), la conversión al cristianismo se convirtió en un delito penado por la ley. Este era considerado por algunos escritores cristianos como el Anticristo ya que a este emperador lo caracterizaba una profunda crueldad.

El emperador Decio (249-251 d. C.) promulga una orden de sacrificar a los dioses imperiales. Durante la persecución el número de martirizados fue muy considerable y así, por primera vez, las apostasías no fueron escasas. Afortunadamente su reinado fue corto.

Bajo el emperador Valerio (257 d. C.) se prohibieron las reuniones cristianas.

En el año 303, Diocleciano ordeno por influencia de Galerio, la destrucción de las iglesias y la quema de todos los volúmenes donde aparecían recogidas porciones de las Sagradas Escritura. En el 304 emite un edicto estableciendo la pena de muerte para los cristianos.

Jesse Lyman Hurlbut señala lo siguiente acerca de la persecución de Diocleciano:
La última, la más sistemática y las más terrible de todas las persecuciones tuvo lugar en el reinado de Diocleciano y sus sucesores, de 303-310 d. C. En una serie de edictos se ordenó que todo ejemplar de la Biblia fuese quemado; que todas las iglesias, que se habían levantado por todo el imperio durante el medio siglo de comparativa calma, fuesen derribadas; que todos los que no renunciasen su religión cristiana perdiesen su ciudadanía y quedasen fueran de la protección de la ley. (Hurlbut, J.L., p. 51, 1990)[11]

César Vidal destaca un dato muy importante, él dice lo siguiente:
Se ha hecho referencia tradicionalmente a una novena persecución bajo Aureliano. Lo cierto es que, como en el caso de Domiciano, no se produjo ninguna persecución bajo emperador y semejante afirmación no pasa de lo legendario. (Vidal, p. 59, 2010)[12]


Conclusión

El análisis del periodo histórico de la Historia de la Iglesia denominado la Iglesia Perseguida, resulta asombroso y alentador. Dicho periodo estimula nuestra fe y nos reta a ser cristianos más comprometidos con la causa de Cristo.

Por un lado podemos darle las gracias a Dios porque en nuestro país, y en la mayoría de los países de Occidente, gozamos de cierta libertad religiosa. Y decimos cierta libertad porque sabemos que el cristianismo sufre en estos momentos una persecución ideológica y jurídica. Por otro lado, en cambio, tenemos que rogar a Dios para que fortalezca y proteja a aquellos cristianos que pertenecen a la Iglesia Perseguida de hoy. Cristianos que han ofrecido su vida a Dios para evangelizar pueblos que todavía no conocen al Mesías.

Es nuestro anhelo que cada cristiano vea a Cristo como la suma de su existencia, así como lo mostraron aquellos cristianos que abonaron el cristianismo con su sangre. Nunca olvidemos que el cristianismo se ha caracterizado por ser una religión perseguida. Mantengámonos firmes frente a cualquier tipo de persecución y añadámonos en la lista de aquellos que, al igual que el apóstol Pablo, no solamente estuvieron dispuesto a sufrir por Cristo, sino, más aún, a morir por Cristo.



[1] Vidal, César. (2014). La herencia del cristianismo: Dos milenios de legado. Estados Unidos: Editorial JUCUM.
[2] Green, Michael. (1997). La evangelización en la iglesia primitiva. Estados Unidos: Nueva Creación.
[3] Ropero, Alfonso. (2010). Mártires y perseguidores: Historia General de las persecuciones (siglos I-X). España: Editorial CLIE.
[4] Ibídem
[5] Ibídem
[6] Ropero, Alfonso. (2010). Mártires y perseguidores: Historia General de las persecuciones (siglos I-X). España: Editorial CLIE.
[7] MacArthur, John. (2011). Esclavo. Estados Unidos: Grupo Nelson.
[8] Ibídem
[9] Vidal, César. (2014). La herencia del cristianismo: Dos milenios de legado. Estados Unidos: Editorial JUCUM.
[10] Ropero, Alfonso. (2010). Mártires y perseguidores: Historia General de las persecuciones (siglos I-X). España: Editorial CLIE.
[11] Hurlbut, J.L. (1990). La historia de la iglesia cristiana. Deerfield, Florida: Editorial Vida.
[12] Vidal, César. (2014). La herencia del cristianismo: Dos milenios de legado. Estados Unidos: Editorial JUCUM.

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